miércoles, 17 de noviembre de 2010

El hombre de al lado, de Mariano Cohn y Gastón Duprat


Es lo primero que veo de esta dupla, si es que siempre trabajan en conjunto y, además, tengo que confesar que de hecho desconocí su existencia hasta esta película. Con lo cual, si bien es importante conocer un poco la historia de un artista para analizar en profundidad su obra tanto en general como en particular, en este caso tengo que confesar que si bien la película toca y trabaja puntos bastante y muy interesantes; tampoco me deja con ánimo de ver más de estos autores. Me gustaría aclarar el porqué de esta cuestión antes de acercarme a los puntos más relevantes que nos ofrece el film.
Esto se explica, al menos para mí personalmente, en primer lugar, por el inmenso problema de credibilidad y verosimilitud que el discurso fílmico en cuestión enfrenta por diversos motivos: lo actoral, lo espacial, lo compositivo.
En cuanto a lo actoral, exceptuando a Aráoz y a la mucama, al resto costaba mucho creerles. Cualquier palabra o gesto o mirada que emitiesen en cámara revelaba un trabajo muy pobre, perezoso dentro de la cuestión actoral; y teniendo en cuenta la importancia que cobra el contraste entre los dos personajes principales, ya que este es el punto más fuerte del que se provee la película, el hecho de no contar con un buen trabajo protagónico del personaje principal, hace que esto pierda una gran cuota de seriedad, llegando de a ratos a parecerse a la mera parodia burlesca.
Por otro lado, aún sin estar seguro de hablar por todos o sólo por mi, me parece sumamente importante destacar que para los que sabíamos que la casa construída por Le Corbusier en La Plata funciona como museo abierto al público y no es habitada por ninguna familia, una vez más, nos costaba "tragarlo".
Si bien tranquilamente se me puede acusar de quisquilloso en este punto; en mi defensa diré que si durante la película me debo tranquilizar diciéndome "y bueh, es una película", la película en cuestión está en problemas (además, vamos, los directores mismos sabían que esto podía llegar a picar y metieron esa escenita donde una mujer quiere entrar porque leyó en Wikipedia que era un museo y la rajan); y que no siempre es favorable llevar al extremo una de las cuestiones que se van a tratar y mucho menos a la obviedad. Es cierto que la arquitectura posmodernista de Le Corbusier ofrece una sumamente amplia variedad de trabajo respecto a encuadres, y por ende, metáforas acerca del diseñador atrapado en su propio "laberinto habitacional kistch", un punto de vista acabado y certero acerca del rol y las cuestiones de "clase" pseudoburguesas que giran en torno al tema del diseño (y todo eso que quienes me conocen saben que me gusta denominar "pingüino retrosnob": CAMPOS-TRILNICK, UP, UADE, FUC, ETC. dixit ji ji ji) pero, sin embargo, esto tampoco me pareció que estuviese demasiado trabajado. Durante la película no dejaba de pensar que interesante hubiese sido que el diseñador (no recuerdo ninguno de los nombres de los personajes) habitase una casa común y corriente en lo exterior, pero que por dentro tratase a toda costa de mantener un diseño semejante al anterior, como un intento desesperado por sentirse "superior" y como esto lo llevase a enfrentarse con el vecino.
Por último, en cuanto a lo compositivo, los encuadres insistentes en el primer plano y la fragmentación de los rostros, sobre todo del protagonista, en un primer momento parecían sumamente interesantes. Nos mostraban la idea de que siempre al OTRO (Aráoz) lo vemos entero, sólido, concreto; mientras que a nosotros (el "YO" es, raspando, nuestro protagonista) siempre nos vemos fragmentados, rotos, incompletos, menores. Este "estadio adulto del espejo" retratado con estos planos en la película es su plato más fuerte y más interesante, pero su reiteración a lo largo del metraje lo tornan denso y algo empalagoso.
Pero sin embargo, teniendo en cuenta lo anterior, la película se salva por muchas cosas logradas y planteos críticos que avanzan un poco (no demasiado) más adentro de la superficie.
Si el Kitsch no es asunto del objeto, sino del sujeto, y, más específicamente, de como el sujeto mira y toma al objeto; la película (si el kitsch fuera empresa, y esto no es demasiado exagerado de proponer...) es casi un video institucional que demuestra su funcionamiento. En esto funciona a la perfección, todo lo que rodea al diseñador, su casa, sus muebles, su mujer, su hija, su ¡teléfono!, son todas cositas que se hace patente que no tiene porque de alguna forma representan sus valores e ideales estéticos, de hecho en ningún momento lo vemos o escuchamos hablar de lo que hace o diseñar apasionadamente. Es decir, todo su entorno responde a un criterio unidimensional, al parámetro de la identificación con aquellos "valores superiores", o más sencillamente, a la identificación con el líder, con el estrato más alto, por más que esto sea prácticamente de humo. El hombre alienado se nos presenta entonces como alguien que parece tenerlo todo, pero a fin de cuentas de plástico: una hija que no le habla, acorralada por los auriculares de su mp3, una esposa casi comprada, que lleva sobre él todo un peso maternal casi dictatorial (Macbeth dixit: "mata a tu vecino he dicho!"), una empleada que a su vez hace las veces de secretaria ("decile que estoy ocupado, no puedo atender ahora"). Es decir, vemos a un personaje que, atiborrado de objetos de supuesta clase alta, no tiene siquiera voz propia.
Todo esto emerge a la superficie por la sencilla aparición de su vecino "grasa". Alguien que también es obviamente kitsch, pero le devuelve el reflejo a su vecino el diseñador y esto actúa como bomba atómica dentro de la casa del último. Para quienes recuerdan "Fight Club": ¿por qué nuestro narrador no puede llorar ni, por ende, dormir más en las reuniones de cancerígenos anónimos por la sola presencia de la señorita, futura presidenta del club del cáncer del pulmón, Marla Singer? ¿Por qué falla su "terapia"? Porque la bella y malograda Marla, y nuestro narrador lo explicita, le devuelve el reflejo de su propia mierda. Marla también finge estar enferma, con lo cual la mentira del narrador inevitablemente sale a la luz.
Esto es justamente lo que sucede en "El hombre de al lado". Aráoz pone al descubierto la gran mentira sobre la que el diseñador construye todo su estilo de vida, y por esto, la preciosa casa de Le Corbusier se convierte en un castillo de naipes que se desmorona estrepitosamente. Es más, el diseñador no puede enfrentarse con el vecino, y prácticamente no puede salir de su casa, cual rey que se cose el culo a su sillón (de diseño) cuando ve que su imperio está por caerse al diablo; ya que lo contrario implicaría reconocer que a fin de cuentas entre su vecino y él las diferencias son, a la vez, sencilla y complejamente ideológicas.
Pero el problema es que la película no despega mucho más allá de esto. Y esto (me atrevo a suponer, ¡me la juego!) es porque sus mismos directores pertenecen a ese mismo estrato de pingüinos como el diseñador que retratan. Con lo cual se nota que les cuesta mucho ponerse en contra de sí mismos. El planteo "estético" que los directores ponen en escena, en ningún momento se resquebraja, este es sólo puesto en función del protagonista y su familia.
Si bien una lectura posible es que ese final inesperado transmite la idea de que finalmente nada cambia, todo vuelve al antiguo orden y que esto constituye una crítica a ese orden vacío; al mismo tiempo a mi me llegó a parecer que en realidad es una forma bastante literal de comunicar que en el fondo nadie, ni siquiera los directores pretenden ni proponen un cambio. Por más críticos que intenten sonar, finalmente se sienten más tranquilos dejando todo como estaba.

1 comentario:

Anónimo dijo...

me encantó la manera jodida y rebuscada de tu critica.Seguí subiendo mas, es un deleite para la cabeza leerte.