domingo, 19 de febrero de 2012

Secretos de Estado, de George Clooney




Remitirse a Clooney únicamente respecto a su rol como director cinematográfico implica, inevitablemente, referirse también a su carrera actoral. Como actor, si bien por un lado reconocemos rápidamente su papel de galán seductor al mejor estilo Danny Ocean, el chanta encantador, al mismo tiempo no podemos negar que nunca se quedó quieto interpretativamente. Memorables son aquellos papeles como su Ulises de Dónde Estás Hermano? y, de hecho, es interesante pensar que si los Cohen se preguntaban a la hora de encarar una transposición de La Odisea como sería Ulises si hubiese realizado su famosísima travesía en la mitad del siglo veinte, el rol de Clooney era la mejor respuesta: atractivo, parlachín, embaucador, oportunista; alguien que estando embarrado hasta el cuello se preocupa por como tenía el peinado.
Al mismo tiempo, ver a Michael Clayton, un abogado rondando las cinco décadas cuyos valores morales empiezan a derrumbarse paulatinamente, dudoso de su profesión y respecto a la ideología corporativa que defiende; daban claramente a entender que podía ponerse serio cuando quería y meterse en temas como política empresarial y mostrar el juego sucio allí presente.

Todos estos componentes son de alguna forma ineludibles a la hora de observar su obra como cineasta y más aún teniendo en cuenta su procedencia misma: su padre, un presentador televisivo, y su madre una política demócrata. Es interesante pensar a Clooney como una suerte de mescolanza muy fuerte entre estos dos factores que le dan pie para hacer obras tan distintas entre sí como las anteriormente mencionadas, y que a su vez fue notoriamente capaz de combinarlos en su primer producto como director, Confesiones de una Mente Peligrosa, a través de un muy particular humor negro, contaba la historia de un (valga la redundancia) guionista y presentador televisivo que a su vez es asesino de la CIA. El film combinaba una estética de montaje e imagen casi circense, con la brutalidad del argumento en su dos caras, claramente marcadas a través de su personaje, el notable Sam Rockwell. Clooney, simbolizando su rol de director mismo, es quién maneja los hilos de la vida de este pobre hombre, encarnando al agente que lo recluta para las misiones. Una película más que destacable, sobre todo teniendo en cuenta que se trata de la ópera prima de George y que él mismo fue capaz de combinar esos factores de comedia y política incorrecta en un mismo producto.

En esta nueva entrega, Secretos de Estado, Clooney decide correrse completamente hacia el carril de la política a secas, como de alguna manera esbozó también en Buenas Noches y Buena Suerte, aunque aquella tenía un componente extraño, novedoso, raro, que no sabría nombrar a ciencia cierta, pero que de alguna forma la acercaban infinitesimalmente a Confesiones… en fin. Sin embargo, en la presente, se borra todo rastro de mescolanza: estamos ante política seria.

Muchas son las películas que tratan sobre campañas presidenciales y mucho se ha hablado al respecto. Lo que más me interesa tratar y, por ende, el componente que me resultó más interesante de la película es su juego con los matices. Los matices de la persona, de sus características, de su intimidad, de sus defectos y virtudes; y de cómo todo esto no es algo posible de separar del mundo de la política. Estos matices están puestos principalmente en Stephen Meyers, encarnado por Ryan Gosling, un actor que parece no tener límite interpretativo, mostrando y demostrando película a película la genialidad de su ambivalencia, versatilidad y sutileza; y que, justamente, es una pieza clave a la hora de hablar de matices. Y, una vez más, se encarga de llevar estas características a buen puerto. Arranca como un joven asesor de campaña, seguro de si mismo y, lo más importante, seguro de para quién trabaja.

Y si bien al comienzo reitera una y otra vez la confianza que tiene en este candidato demócrata por el que lucha en las primarias y cuyas máximas presidenciales son: legalizar el aborto, más pluralidad, dejarse de jorobar con el petróleo, etcétera; el quiebre principal de la película se da cuando se muestra como lo que verdaderamente es: humano. He aquí el primer matiz, el hecho de que Meyers no es un hombre desprovisto de ego, que pelea políticamente por ideales y nada más. Tanto es así que apenas el jefe de la campaña contraria le hace un llamadito para juntarse, le tira un par de halagos respecto a lo bien que hace su laburo y lo invita a sumarse a su campaña, meyers duda. Duda, aunque sea por un instante. Duda de hecho al juntarse “clandestinamente” con Giamatti (siempre correcto, encarnando a un estratega pragmático muy vivo) y charlar con él sobre la campaña de sus respectivos candidatos. El hecho de que nuestro protagonista dude es uno de los puntos más altos de la película: por más férrea que parezca la convicción o el ideal político, no hacen falta grandes proezas para que este se resquebraje y este resquebrajamiento muchas veces viene de la mano del ego.

Después, todo el tema de la veinteañera boludona (Evan Rachel Wood siempre experta en este rol) que se encamó con el gobernador candidato quedando preñada y Gosling en el medio tratando de salvar las papas no me resultó demasiado interesante. Sentía todo el tiempo que era un componente puesto a la fuerza para darle más presión a la trama (¿sería una forma de decir que no hay político capaz de controlar su libido? Vamos muchachos…). Pero una presión externa, ajena a todo el laberinto de enredos políticos tan poco aprovechado. Qué interesante hubiese sido si seguía por el camino de las transas políticas, los ideales puestos en jaque, las jugadas sucias, etc., pero desde el terreno político mismo, en lugar de tener a los secretos del alcoba como piedra angular del argumento.

Sin embargo, debo insistir con que lo más rescatable es ver la metamorfosis de Gosling, muy bien ilustrada por el afiche de la película misma, y de la gran versosimilitud que cobra, en sus manos, el pasaje brusco de un extremo a otro: desde ser un joven que parece sumido en una lucha casi inocente y ciega por los ideales (hasta Marisa Tomei, la periodista, le advierte sobre lo que se viene y del palo que se va a pegar) a ser un político con todas las letras: experto en jugadas sucias, aprietes, transas y estrategias varias. Y sin embargo, así y todo, podemos ver, en ese magistral plano final, que de todas formas en el fondo sabe que le vendió el alma al diablo y que perdió sus ideales. Si realmente vale la pena ver la película, es por Gosling.

http://www.asalallenaonline.com.ar/mas-estrenos/298-estrenos-del-19012012/3417-secretos-de-estado.html

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