lunes, 5 de marzo de 2012

Roadie, de Michael Cuesta

¿Cuántas veces en mi adolescencia (y post) habré intentado por algún medio participar activamente del ámbito de las bandas de rock, ya sea como músico (tocaba la batería en una de esas bandas que duran más o menos lo que dura hacer un trámite en el ANSES o lo que uno tarda en dejar de leer una nota o un programa de Majul) o como una suerte de acompañante, plomo o, como le dicen acá, Roadie?
El Roadie, según me han contado, tiene una connotación que depende, básicamente, del rol al que este acceda dentro de la banda. Esto es, en algunas es sencillamente un plomo, cuyo nombre técnico más preciso es Stage Manager o aquel que se encarga de armar el escenario y poner a punto toda la infraestructura escénica. En otras, el Roadie es el Tour Manager, es decir, aquel que se encarga de armar la gira, los hoteles, la prensa, los aviones, los micros, la joda, las putas, la merca, y todo eso que hace tan cool el ambiente rockero; y que de alguna forma representa a la banda vaya adonde vaya. A veces es también directamente el representante general de la banda, dentro y fuera del estudio de grabación. Este último es el que más se asocia con el Roadie, por cuestiones obvias.

En esta película, el interrogante fundamental que rodea a nuestro protagonista es ese mismo. ¿Es lo que dice ser, un Tour Manager que además es productor y compositor de la banda, como intenta convencer a su madre y ex-conocidos del pueblo, o, en realidad, como sospecharemos con rigor a lo largo de la película, es simplemente uno más de los cincuenta plomos que generalmente acompañan a una banda de rock en su gira, despachado por la misma?
Lo interesante del metraje radica, justamente, en el choque entre la pretensión y la realidad. Cómo esa búrbuja, comúnmente llamada Sexo, Drogas & Rock N´ Roll, de la que todos alguna vez en la vida quisimos formar parte; lo abandona a nuestro protagonista, llevándolo de regreso a la realidad mundana y dejándolo al desnudo, despojado de esa chapa rockera que lo hacia sentir inmune e indestructible frente al mundo.
Para mostrar todo esto, la película no pierde demasiado tiempo en mostrar su anterior vida como Roadie para luego contrastarla con la nueva, y a la vez vieja, situación en la que se ve inmerso. Desde el vamos lo vemos en el aeropuerto o terminal semejante, llamando desesperado a la banda, que aparentemente lo plantó sin previo aviso, como una forma muy poco amable de decirle que quedaba afuera. Apenas unos mínimos flashbacks nos muestran su trabajo en el escenario, afinando una guitarra y demases por el estilo.
Por ende, la situación inicial es problemática de entrada: una vez despachado, luego de tantos años de estar de gira con la banda de forma, aparentemente, ininterrumpida, el protagonista no tiene adónde ir. No posee hogar propio y, de hecho, parece que nunca lo tuvo. El único lugar donde se le ocurre, finalmente, caer, es aquel que probablemente abandonó para sumarse a la banda, mucho tiempo atrás: su casa natal, donde vive su anciana, casi senil, madre.
En esta situación entonces, se dan los contrastes más interesantes: ese rockero veterano, que en el imaginario popular es el típico machote a lo Lemmy Kilminster, que se las banca todas y no le hace asco ni le teme a nada; aquí es un pollito mojado, totalmente inseguro de si mismo, que no puede manejar la situación con un ex-compañero de secundaria que lo solía molestar y golpear, ni con la esposa de este, antigua novia del roadie, mostrandose inquietamente nervioso ante ella, como un niño enamorado; ni con sus vecinos o con su propia madre. La conclusión es obvia: el mundo real lo abruma, es demasiado complejo para él. En el mundo rockero, bajo la tutela de una banda de rock famosa, todo era automático; mientras que de regreso al mundo real no es capaz ni de preparar un café.
Por esto mismo, este roadie, Jimmy Testagross, llama reiteradamente a la banda, Blue Oyster Cult, reclamando volver a su antiguo lugar, al no poder enfrentar esa nueva realidad.
Por otra parte, el conflicto con sus ex-compañeros no hace más que reforzar todo lo anterior. Su mencionada ex-novia, ahora casada con el hombre que más detesta en el mundo, posee su propio juego de ilusión de estrella de rock; y el vuelve a sentirse humillado después de tantos años fuera de su hogar. Es decir, por más escenarios y países que alla recorrido, las viejas heridas siguen abiertas y su inseguridad frente a ellas es la misma.
Es notoria entonces, la construcción de este personaje, que por ejemplo, luego de ser despedido por la banda, parece verse por primera vez en toda su vida su barrigota frente al espejo. Que muestra su fragilidad y casi imposibilidad de comunicarse con el otro. Es notable la interpretación de Ron Eldard, actor que nunca tuvo la convocatoria que probablemente se merzca, pero que, a su vez, lo hace óptimo para este papel.
Sin embargo, la película no necesariamente cae en mensajes tontos o moralinas gratuitas anti-rock como si lo hacía Rockstar, que nos mostraba lo mala que era la vida de un rockero de la forma más embustera o estupidizante posible. En este caso, el relato es sobrio y sincero. No se trata de un hombre que adicto al alcohol y las drogas; y de hecho parece que vuelve a emborracharse por primera vez en mucho tiempo al volver a su ciudad natal.
Una interesante y angustiante visión de ese hombre del "telón del fondo" rockero.



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