viernes, 8 de octubre de 2010

Espíritu masoquista

Iba allá, miraba. Iba más allá, miraba. Iba aún más allá, seguía mirando. Después volvía, miraba un poquito más. Volvía a ir, miraba otro poquito más. De a poco el movimiento se repetía de forma cíclica, sin importar en lo más mínimo la forma que trazara. Iba y venía cada vez más rápido, con mayor frenetismo y ya no se tenía certeza acerca de que era lo que realmente estaba mirando. Acerca de si lo que miraba era el interior de la minúscula habitación en su constante, rápida e implacable búsqueda del no saber qué buscaba o si tan solo miraba su propia, vieja, masticada hasta el cansancio proyección de viejas situaciones dolientes, interrogantes, frugales que simplemente lo atacaban sin aviso, sobre todo cuando estaba solo, donde una multitud de flashbacks manifestantes se desparramaban por las pupilas sin darse tregua, sin respetar ese único instante y quebrando todo a su paso, imponiéndose unas por sobre otras, alternando los personajes, repitiéndose otros, estrenándose algunos nuevos o rememorando los viejos y clásicos.
Si tan solo se trataba del viejo visionado de esos encuentros que nunca llegan del todo a ser tales por las palabras que juegan al silencio y el silencio que juega a la revelación de lo que nadie se atreve a decir. De esos encuentros que por la sola fuerza del indicio, tan simbólico, tan ambiguo, del que nunca tuvo la certeza acerca de si realmente existió, desata una lucha interna que se traduce en sudor, temblores, sueños, lágrimas. O de esos encuentros donde la impotencia produce una cicatriz que únicamente se cerraría si finalmente se apagara el proyector, pero donde la tentación siempre era demasiado grande para dejarla pasar, donde la búsqueda circular y redundante de la respuesta que jamás iba a ser tal simplemente se volvía a recorrer, por la sola fuerza del interrogante, de la duda de que quizás algo se había pasado por alto, por el engendro sistemático de defensa que dichas imágenes habían creado, frente a las distintas situaciones que se seguían repitiendo.
Sin embargo, nunca supe que estaba mirando. Iba y venía y seguía mirando.

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