jueves, 12 de julio de 2012

Cuerpo, pensamiento, locura instantanea y otras yerbas...

Está bien entonces. Lo que empiezo a entender hasta ahora es, básicamente, el no poder abandonar el cuerpo propio. En principio eso. Básico y elemental, y hasta algo obvio. Pero sólo en apariencia. Pero que me obsesiona, una idea fija que trato de entender porqué es tan fija en mi estos últimos tiempos y que mucho más recientemente, contemplando un cadáver en un instituto de anatomía, reflotó los interrogantes y las distintas reflexiones al respecto. ¿El hecho en sí no sorprende verdad? ¿Por qué no sorprende? Porque la cuestión no es exactamente filosófica y/o metafísica; sino física a secas. El hecho de pensar a la piel como el único límite verdaderamente intraspasable, contenedor de todo aquello que nos permite existir.

Citaba en la crítica a la repudiable Anticristo: 

"No se si alguien ha subrayado alguna vez antes de ahora que una de las principales características de la vida es su aislamiento. Si no tenemos una película de carne que nos envuelva, morimos. El ser humano existe sólo en la medida en que está separado de lo que lo rodea. El cráneo es el casco del viajero espacial. El que se sale de él, perece. La muerte es desnudamiento; la muerte es comunión. Puede que mezclarse con el paisaje sea maravilloso, pero hacerlo supone el punto final para nuestro tierno YO"
Pnin, de Vladimir Nabokov

De lo que se desprende (o se debería, teóricamente, desprender, creo yo) entonces, con mayor obviedad y redundancia, que es imposible el abandonarse a uno mismo. Es el único ente absoluto que no podemos abandonar. De hecho, el suicidio, la única forma de superar ese límite, conlleva la evidente paradoja de poner fin a nuestra bendita existencia. 
Pero lejos de querer ahondar en esa cuestión, la paradoja que más me interesa aquí, en su mayor esplendor y de una forma que, personalmente, se me antoja como muy bella; es que si bien estamos anclados, prácticamente condenados, en un cuerpo, a través de nuestra mente hacemos unos preciosos viajes espaciales, como bien dice Nabokov, a distintos lugares donde somos estrella, protagonista, guionista, director, héroe, de todo. Menos una cosa. Creo.
Se puede deducir también, entonces, que la ilusión suele gambetear a ese límite carnal, en tanto que construcción de un imaginario, donde uno se desprende a través de la mente de esa atadura física. Y aquí es donde me aventuro, muy a mi gusto, llevando todo al extremo: ¿podríamos, por ejemplo, pensar al Cáncer, como una de las mayores consecuencias de esta paradoja, donde el cuerpo no soporta quedar anclado en un mismo lugar mientras la promiscua mente le mete los cuernos transitando infinitos cuerpos, lugares, aromas, y por sobre todo, estatutos y jerarquías que el cuerpo jamás conocerá? Lo diré de otra forma: ¿cuál sería entonces, la consecuencia más devastadora de la más asquerosa ilusión, potenciada y auspiciada, además, por toda una era posmoderna, de narcisismo extremo; un narcótico sutil y silencioso; que muchas veces parece volverse una trampa mortal...? El problema es que la ilusión en esta era traiciona. Nunca se parece en lo absoluto a quien precede. La alienación parece ser cada vez más fuerte y, por ende, más alto se aspira en un hipotetico imaginario, que, valga la redundancia, jamás dejará de ser hipotético.
Pero, sin embargo, lo tragicómico del asunto es que muchas veces todo esto viene auspiciado de una supuesta búsqueda de un sello identitario propio. Esta es, para mi, la mayor de todas las paradojas: ¿cómo podemos encontrar un sello identitario propio si cada vez que nos proyectamos en nuestra imaginación no nos vemos iguales a nosotros mismos, sino iguales al referente que nos dice que debemos encontrar nuestros rasgos más diferenciables por sobre los demás?
Creo... La imagen puede ser algo terrible. La imagen puede destruir. Vemos la imagen pensando que queremos ser igual que ella. Sin embargo, la imagen no deja de ser un sustituto que nos remarca y nos señala aquello a lo que sustituye. Ese hilo que se traza entre ambos componentes es un hilo que tenemos que desenroscar permanentemente. Un trabajo arduo, personal, angustiante. Pero sin embargo rara vez nos tomamos el trabajo de hacerlo...
-----
Alguna vez sabrás lo que has sido?
Un poeta, un rey, un mendigo?
Alguna vez lo sabrás?
Treinta segundos y era toda tu vida
y contabas...


No hay comentarios: